La creciente densidad de las ciudades convierte a los rascacielos en una opción necesaria. Por eso arquitectos y urbanistas debaten cómo humanizar los apilamientos de pisos que suceden en esas torres. Así, si por dentro se ensayan ciudades verticales en las que conviven usos como oficinas, viviendas, comercios, gimnasios y hoteles, desde la calle las fachadas han recuperado una expresividad en tres dimensiones que remplaza al antiguo protagonismo de los récords de altura y deja también atrás los envoltorios de tantas torres recientes.
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Con la proliferación de rascacielos en la periferia y en el corazón de las ciudades, son muchos los promotores que han reclamado a los arquitectos visibilidad para sus torres. Ya no basta con levantar la cabeza por eso cada vez más clientes consideran que es imprescindible que los rascacielos dejen de ser prismas o cilindros neutros para más que dejarse ver hacerse ver en medio del denso paisaje urbano.

La suerte de algunos inmuebles recientes ha precipitado, además, esta tendencia.  La Torre Shard, que Renzo Piano concluyó en Londres hace dos años, demostró que los récords de altura son un patrimonio cada vez más efímero. 6 meses le duró a este rascacielos, levantado en la orilla sur del Támesis, el título de más alto de Europa. En apenas medio año, la Torre Mercury de Moscú le había arrebatado el título añadiendo 28 metros a los 330 erigidos por Piano.

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Torre Shard

Descartados pues los récords, otro recurso para diferenciar a los cada vez más abundantes rascacielos han sido los revestimientos, el trabajo en las fachadas, las llamadas pieles arquitectónicas que son, en su mayoría, envoltorios de regalo para geometrías anodinas.

Así, de la mano de Toyo Ito o Jean Nouvel, esos ropajes han servido para envolver muchos de los rascacielos de la última década con un resultado parecido al que sufren todas las modas que apuestan por la extravagancia y los estampados: la obsolescencia acelerada.

Las presencias tan marcadas resultan abrumadoras, cansan, llenan de ruido el paisaje urbano. Así, con las alturas y las envolturas superadas, los proyectistas abordan ahora los nuevos rascacielos con mentalidad de escultor: exprimiendo la tridimensionalidad de sus torres.

Uno de los primeros en romper dramáticamente la geometría de las alturas en busca de una nueva expresividad fue Frank Gehry. En su Torre Spruce, concluida en Manhattan en 2011, el retranqueo de los diversos cuerpos del edificio lograba una apariencia escurridiza, imperfecta, sinuosa e incluso torturada pero, eso sí, radicalmente diferente.

La piel de acero que forra con paneles los 267 metros de altura del inmueble multiplica, además, los reflejos del edificio alejándolo de la contención fría clásica en los rascacielos urbanos.

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Torre Spruce

 

También Enric Miralles y Benedeta Tagliabue ensayaron unos años antes esa capacidad expresiva haciendo estallar la torre barcelonesa de Gas Natural en direcciones opuestas. Más recientemente, y en Singapur, el arquitecto holandés Ben van Berkel ha firmado un rascacielos que recuerda una columna vertebral en la que las vértebras funcionan como balcones de terrazas abiertas.

El proyectista recurre a los seres vivos para explicar la apariencia orgánica de su nueva torre Ardmore.  Su estructura es a la vez un elemento decorativo y funcional. Pero no solo sujeta el edificio y dibuja su expresión, los paneles curvos de hormigón prefabricado sirven también como voladizos para mitigar la incidencia del sol en los pisos.

Además, esta es una torre en la que uno puede ducharse en la terraza: la osamenta, que hace posibles las terrazas funciona además como rostro diferenciando la torre de los anodinos prismas que la rodean.

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Torre Ardmore

Uno de las últimos rascacielos que participa de esta rebelión formal se inauguró hace unos días en el barrio vienés Donau City, junto al Danubio.

La torre DC, diseñada por Dominique Perrault,  también mezcla a oficinistas y millonarios (propietarios de los lofts en las últimas plantas del edificio) con los huéspedes del hotel Meliá en las plantas más bajas. Y, con sus 220 metros es, además, un mirador excepcional coronado por un bar y un restaurante en la planta 58.

Con todo, y a pesar de estar levantada en el creciente distrito financiero de la capital, la torre no es un rascacielos más. Está preparada para mantener su marca en el futuro cuando pierda el récord de altura que ahora mismo ostenta.Son los diversos pliegues de su fachada -que sirven para diferenciar los accesos a los diversos usos del rascacielos (hotel, restaurante, oficinas o viviendas)- los que, convertidos en miradores, dotan de expresividad lo que, sin ellos, no pasaría de ser otro elegante prisma recubierto de un oscuro muro cortina.

Torre DC Perrault

Torre DC

 

 

Ya no basta con estirar ni vestir a los rascacielos, el futuro pasa por construirles un cuerpo singular y por aprovechar ese cuerpo poco uniforme para llevar también complejidad a la vida en el interior de las grandes torres urbanas.

Es un hecho, los promotores apuestan por romper la sobriedad de las alturas para llevar hasta lo alto de las ciudades la expresión y la marca arquitectónica. La incógnita es si ese gesto mejorará la arquitectura y las ciudades o  simplemente desplazará el espectáculo a las alturas.