No. No voy a adentrarme, como casi todos casi todo el tiempo, en aspecto alguno de la corrupción política y económica. Hay otras enfermedades que en lugar de atacar a nuestra sociedad en su conjunto lo hacen a lo que necesitamos mucho antes, acaso mucho más.

 

 

Lo esencial para que la vida continúe está enfermo. Ya sabemos que aguas y aires, tierras y culturas locales están seriamente heridas. Pero vamos a descender un escalón hasta lo que podemos considerar eslabones intermedios pero, insisto, cruciales.
Todo derredor necesita de un soporte verde que debe ser fecundado por insectos y en el que algunos animales, por supuesto herbívoros, deben ser muy abundantes para que puedan ser comidos por los omnívoros y carnívoros, como nosotros. Pues bien las principales piezas clave de este simplificado esquema de funcionamiento de nuestro principal ecosistema terrestre, el bosque y matorral mediterráneos, están seriamente dañadas.
Lo están a causa de la fatiga, la mixomatosis y la seca. Tres palabras que seguramente han llegado a pocos oídos pero que tras ellas se apagan algunos de los más bellos sonidos, movimientos y colores de nuestro derredor. Se trata de tres catástrofes en marcha tan devastadoras como la medieval peste negra, y que se han instalado, de momento sin solución, en puntos clave de las tramas de la vida en nuestros paisajes.

 

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La fatiga ataca a nuestras abejas. En realidad no actúa sola porque, como en todos los procesos de degradación ambiental, son varios los agentes patógenos que actúan a los que suele sumarse el cambio climático como amplificador. La situación de nuestras colmenas resulta tan inquietante que hasta ha movilizado a gobiernos, como el de Estados Unidos, donde se comprende el papel absolutamente imprescindible que los insectos más polinizadores desempeñan para cualquier economía. De hecho se ha calculado en nada menos que 153.000 millones de dólares la contribución de las abejas al PIB mundial. Sin embargo varios miles de millones de abejas mueren por debilidad y extravío. Pierden su incomparable sentido de la orientación. Todo ello debido, al menos en parte, a varios insecticidas muy usados en agricultura y a un parásito, el Nosema ceranae, que pare haber llegado con la miel importada desde China.

 

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La misma procedencia tiene la plaga que diezma a los conejos, la neumonía hemorrágico vírica que se ha sumado a la mixomatosis. Ambas han acabado con la vida de unos dos mil millones de conejos a lo largo de los últimos 60 años que fue cuando se propagó voluntariamente la segunda enfermedad mencionada. Como los conejos silvestres son la presa por excelencia de la totalidad de los carnívoros y buena parte de los omnívoros la mortandad se contagia a casi toda la comunidad zoológica del mediterráneo. Tenemos que tener presente que llegan a morir hasta el 99 % de los conejos de campo.
La seca resulta todavía más radical ya que por las raíces empieza su exterminio de la arboleda mediterráneas. Destruye a nuestras matriarcales encinas, alcornoques y algunos robles. De nuevo varios insectos, junto con hongos de las raíces y, sobre todo, el incremento de las temperaturas, sobre todo los ya demasiado largos veranos que padecemos, mata a los árboles. Recordemos que contamos con unos 800 millones de encinas y que si sumamos las otras quercíneas que pueden ser afectadas, estamos escribiendo sobre no menos de 1.400 millones de árboles. Todos ellos su vez refugio y alimento de varios miles de especies animales. Protagonistas, es más, de nuestro más representativo paisaje y del mejor logro de la historia, es decir la dehesa, ese entorno que es cultural y natural al mismo tiempo. Por tanto el mejor modelo de economía sostenible porque la productividad natural se suma a la que proporciona el sector primario, especialmente el relacionado con la ganadería extensiva. Se trata, sin embargo, de un paisaje amenazado en su conjunto porque también son varios los millones de árboles perdidos en el último medio siglo.

 

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En definitiva que los tres pilares de la vida en nuestras latitudes están siendo carcomidos. Detrás de todas estas enfermedades está el calor que provoca, en gran parte, el modelo energético imperantes y no pocas malas prácticas a la hora de usar la Naturaleza.