A pesar de que tenemos el cuento de los tres cerditos muy arraigado en la cabeza, cada vez son más los usuarios que ponen en duda que la mejor casa sea de verdad la de ladrillo. Tener una vivienda acabada en menos tiempo, con un mayor control de calidad y tras un proceso constructivo más sostenible está cambiando la visión de la prefabricación para muchos propietarios. Por eso la industrialización de la arquitectura aumenta en España. Y no solo con viviendas unifamiliares.

Fabricarse una casa

La industria, tanto como los arquitectos y los diseñadores, está detrás de muchas de las casas que mejor responden hoy a su tiempo. La prefabricación, y la consecuente construcción en seco, supone no solo un notable ahorro energético durante la ejecución de una vivienda, también hace posible unos presupuestos mucho más certeros y, por lo tanto, exige un menor coste emocional por parte de quienes se lanzan a hacerse una casa.

Hace cinco años que los arquitectos Pablo y Francisco Saiz comenzaron a desarrollar sistemas industrializados para levantar arquitectura eco-eficiente. Hoy son empresarios. Su firma Modulab construye módulos habitables sostenibles, una arquitectura prefabricada (o industrializada) que tiende un puente entre la industrialización, la sostenibilidad y el diseño.

Ellos explican que es un prejuicio pensar que la prefabricación solo sirva para levantar barracones o cabañas temporales. También puede construir para la permanencia. Y no tiene límites de tamaño. El estudio neoyorquino Shop Architects levanta en Brooklyn varios edificios de viviendas de 32 plantas, el mayor proyecto prefabricado construido hasta la fecha. “Los grandes aviones comerciales se prefabrican”, explica Francisco Saiz. De esa perfección quieren aprender en su empresa. Aunque perfección sea una palabra que arquitectos como David Chipperfield o Eduardo Souto de Moura no asocien a la prefabricación con un argumento de peso: “donde no está la mano del hombre cuesta encontrar el alma del edificio” que tantos defensores de la industrialización tachan de nostálgico.

Que la carpintería fuera la base del sistema constructivo de algunos países adelantó a culturas como la escandinava, la japonesa o la norteamericana, en la familiaridad y el éxito de la prefabricación. Mientras en España ha sido la albañilería lo que ha liderado la construcción, en Japón, marcas como Toyota o Muji comercializan ya alternativas de calidad a la vivienda tradicional hasta el punto de que entre las ventajas de la prefabricación allí no se suma la del menor precio. Muchas de esas viviendas industrializadas llegan a ser un 10 % más caras.

Fabricarse una casa

Izq: Casa-máquina en la huerta de Murcia. David Frutos-Bisimages / Der: Diogene, de Renzo Piano, fabricado por Vitra

Pero hay más en el tema de la progresiva industrialización de la arquitectura. De la vivienda prefabricada –con la que acabamos de estrenar un trato natural- estamos empezando a pasar a la casa móvil. De perder el miedo a la prefabricación, nos acercamos tímidamente a la casa-caracol. En ese ámbito, los cambios  afectan mucho más que a las propias viviendas. Si construir en seco implica notables ahorros energéticos y presupone un mayor desarrollo, -y por lo tanto una mayor investigación- en la industria constructiva, tener un domicilio itinerante –es decir reciclar una vivienda para un cambio de vida- habla tanto de sostenibilidad ambiental como de sostenibilidad social. Los cambios arquitectónicos, y los sociales, podrían así juntarse en esta tendencia que, por una vez, delata más que cambios formales, una revolución en los valores.

Una casa transportable por carretera y de emplazamiento inmediato es uno de los últimos proyectos del estudio de madrileño de arquitectura Ábaton. La vivienda, que se vende por 32.000 euros, se fabrica en cinco semanas y se monta, atención, en un solo día. Ese plazo es sorprendente pero otros pueden serlo más: además de mudarse estas viviendas pueden crecer (sumando módulos). También se ha movido la casa-máquina que Juan Antonio Sánchez-Morales, del estudio Ad-hoc, “aparcó” en la huerta de Murcia. Este proyecto indaga en un híbrido -un cruce entre una caravana y una vivienda- que no precisa montarse ni desmontarse- simplemente requiere aparcarse con una mínima cimentación y conectarse a la red pública de alcantarillado, electricidad o agua (aunque también puede funcionar con dispositivos autosuficientes). La nueva arquitectura, industrializada, seca y que se aparca amenaza con revolucionar la construcción. ¿El reto? Encontrarle el alma a la prefabricación, poder vivir en una máquina como si viviésemos, en realidad, en una casa.