A pesar de las promesas el avance en tecnología de baterías es lento. La industria ha ajustado sus expectativas, los usuarios no.

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¿Cuál es la preocupación principal de los usuarios de telefonía móvil? Una pista: no es el procesador, ni la pantalla, ni la cantidad de RAM, ni el sistema operativo que usa el teléfono. ¿Lo adivinas? Es fácil. En las encuestas el primer puesto lo ocupa de forma consistente la autonomía del teléfono, la dichosa batería.

Se lo ha ganado a pulso. En una industria acostumbrada a doblar la potencia y rebajar el coste de los componentes cada 18 meses, las baterías se han convertido en la rémora de nuestra vida móvil. Cada año tenemos un teléfono que dobla o triplica la potencia de su antecesor, más delgado o con una pantalla más grande, pero para quienes lo usan de forma intensiva, llegar al final del día con algo de carga es prácticamente un milagro.

El avance de la tecnología de baterías no es lento, es inexistente. Lo cierto es que la mayoría de las mejoras se logran por optimización de procesadores y software y no por cambios en la forma de construir las baterías. Desde la introducción de las pilas de iones de litio a principios de los 90 no ha habido ningún salto revolucionario que sea equiparable al que hemos conseguido en áreas tan dispares como la imagen, la capacidad de proceso o la miniaturización de componentes.

Cuesta creerlo porque es raro el mes que no leemos una nueva técnica o material milagroso que promete, por fin, acabar con nuestra angustia energética. Nanotubos de carbono, grafeno, gel de litio… todos anticipan una revolución que nunca llega. El problema es que estos avances rara vez consiguen salir del laboratorio. Que un nuevo material o compuesto funcione y sea más eficiente a la hora de almacenar energía no quiere decir que pueda fabricarse a gran escala y a un precio atractivo o que resulte práctico en pequeños dispositivos.

Incluso si así fuera, pasarían años hasta ver modelos comerciales en nuestros productos. Una mayor densidad de energía supone también un mayor peligro en caso de fallo o calentamiento y la excesiva regulación del sector obligaría a años de pruebas y experimentación.

Nuevas ideas. La situación ha llevado a algunos a tirar la toalla, conscientes de que destinar un enorme presupuesto a investigación y desarrollo no cambiará nada a corto plazo. En una reciente entrevista en el New York Times, Tony Fadell, ex ingeniero de Apple y creador de los termostatos inteligentes Nest, se mostraba tajante sobre el asunto: “es absurdo esperar un cambio significativo, todo se mueve demasiado lento”.

La estrategia de los fabricantes de productos de electrónica de consumo, por tanto, ha cambiado. En vez de esperar una revolución, están tratando de hacer lo posible con los ingredientes que ya hay en el mercado.

Por ejemplo, además de mejorar el consumo de los diferentes componentes del móvil se está apostando por la carga rápida. Usando cargadores de mayor amperaje y mejores controladores de carga en el interior del teléfono, es posible recargar parcialmente el teléfono en la mitad o en una tercera parte del tiempo que antes necesitaba una conexión USB estándar.

Esto puede resultar lo suficientemente útil para un caso de uso típico del móvil. Después del trabajo, en un bar o restaurante, se puede enchufar el teléfono unos pocos minutos y exprimir varias horas extra de uso normal. Cargar por completo la batería requiere mucho más tiempo pero para muchos usuarios basta con tener ese 10% o 12% más de batería para poder aguantar el resto de la noche hasta llegar al cargador de la mesilla.

¿Otra buena idea? La carga inalámbrica. Empieza a seer habitual en algunos teléfonos de gama alta y algunas cadenas de cafeterías en Estados Unidos, como Starbucks, han empezado a instalar cargadores de inducción en las mesas. Basta con dejar el teléfono sobre ellas para que se recargue un poco mientras tomamos el café o el almuerzo. Este tipo de sistemas de carga son lentos pero, como en el caso anterior, no buscan llevar el indicador de batería del 0% al 100% en una hora, sólo añadir algo más de carga para aguantar durante el día.

De cara al futuro próximo la idea que muchos fabricantes están barajando es la conocida como “microcosecha de energía”, es decir, obtener pequeñas recargas de diferentes fuentes. Puede ser el movimiento al andar (con un mecanismo similar al que usan algunos relojes), la energía solar capturada por pequeños paneles transparentes integrados en el cristal del teléfono o el diferencial de temperatura entre el cuerpo y el aire.

Ninguna de estas fuentes, por si sola, es capaz de ofrecer una carga sustancial para el teléfono pero combinándolas a lo largo del día podrían llegar a extender de forma apreciable la autonomía de nuestros smartphones. Tal y como está la situación hoy en día cualquier pequeña victoria sabe muy bien.