A veces me pregunto qué hacía antes de aficionarme al running porque ahora mismo me parece impensable. Para explicar cómo me siento debo remontarme a cuatro años atrás. Un buen día tome una decisión que cambiaría mi vida y, aunque en ese momento lo desconocía, algo dentro de mí me empujó a liberarme del sofá y salir a correr. Tras 10 años sin hacerlo, me calcé las zapatillas, cogí mi música y, casi sin pensarlo, di mis primeras zancadas. Un poco de deporte no podía hacer daño a nadie, pensé, pero en 2 kilómetros mi corazón se salía de mi pecho y mi respiración estaba entrecortada. ¡Qué locura! ¿De verdad iba a volver a intentarlo?
Pero una cosa que tiene el deporte y que he ido aprendiendo con el tiempo es que te inculta valores imprescindibles en la vida: el tesón, la competitividad con uno mismo, el respeto a tu cuerpo… Valores que hicieron que unos días más tarde me levantara y siguiera intentándolo.
La fuerza de voluntad lo es todo en el deporte y mi capacidad de superación hizo que nunca me diera por vencido. Aunque llegara a casa desfallecido, al día siguiente, debía volver a intentarlo. Algo me decía que mi esfuerzo tendría su recompensa. Y así fue, poco a poco, me enamoré. Tenía una motivación y, cuanto más me esforzaba, mejor me sentía y más ganas de salir a correr tenía.
Podría decir que he vivido una auténtica relación con el running. El running te da muchas cosas y la posibilidad de disfrutar de otros placeres de la vida. No hay nada más reconfortante que correr y poder contemplar los paisajes junto al mar al ritmo de mi música favorita. La música para mi intensifica lo bueno de la vida y multiplica las buenas sensaciones. No hay palabras para describir la experiencia de correr en un maravilloso entorno de pastos verdes y sentir cómo la música te motiva y te da alas para seguir. Tengo que reconocer que no podría vivir sin música y más ahora que he descubierto los auriculares Wings de Panasonic que no tienen cables que entorpezcan mi ritmo. Van con Bluetooth y puedo estar horas y horas recorriendo cientos de parajes sin darme cuenta.
Y sí, casi sin darme cuenta y tras semanas corriendo y experimentando infinitas sensaciones desconocidas para mí, llegaron las primeras carreras de 5 km. Al llegar a la meta esa primera vez tuve una sensación única, increíble, algo que jamás había sentido. A partir de ahí y en días que pasaron volando, entre música y paisajes, alcancé los 10 km en una carrera.
En ese momento, descubrí que además de mejorar los tiempos, si me alimentaba mejor, mi estado de ánimo mejoraba. Cada día mi cabeza me pedía un nuevo reto y alcanzarlo era una delicia, una satisfacción personal indescriptible.
Tras un año y medio de danzar en esto del running superé los 15 km y ahí me propuse uno de los retos que han marcado mi vida: la media maratón. Puedo decir que he sufrido calor, terreno inestable, cansancio, fatiga… pero la victoria es infinitamente más deliciosa. Algo de otro mundo.
Con 2 años entrenando en la soledad de la naturaleza, con mi música relajante o motivadora, dependiendo del día y de mi estado de ánimo, empecé a quedar con un grupo de amigos. Reconozco que con ellos mejoré mucho, me gustó la sensación y sus ánimos para seguir superando mis marcas. Tanto es así que un día me plantearon la idea de ir a una Maratón. Una palabra mágica que tras de oírla ya no pode pensar en otra cosa.
Y es así, cuando decides hacer una Maratón, ya no podrás parar de pensar ni un segundo en ello. Te atrapa, es algo mágico, una distancia brutal, ¡todo un reto! Y así es como lo hice. Lo que más disfruté de la preparación fueron las tiradas largas, los fines de semana descubriendo rutas, bailando con mi música, algo increíble.
Explicar qué se siente en una Maratón merece un post aparte: se sufre, se disfruta, se llora, se ríe… BRUTAL.