Un alcatraz me entretiene la guardia de la tarde revoloteando el Pantarei. Nos acercamos a Fernando do Noronha tras dos semanas de alta mar y la rutina de abordo necesita un respiro en tierra.
Cocinar, leer, lavar la ropa, otear el horizonte en busca de cargueros despistados, escuchar música, cambiar de guardia, la siesta… empieza a ser un loop que necesita un break.
Las provisiones frescas de las redes que cuelgan del techo están flacas y ya no nos lanzan sin avisar frutas entre balanceo y balanceo. Los peces voladores saltan a nuestro paso entre los sargazos que infestan nuestra travesía desde hace muchos días y que no nos permiten pescar.
Los atardeceres no nos cansan, son un espectáculo único y nos dejamos embaucar por el enésimo, que nos muestra al sol como un atigrado planeta de otro mundo acurrucado como nosotros entre olas.
La oscuridad nos acompaña hasta la periferia de la Isla que solo vemos en el radar y que mañana será nuestro desayuno prometido.
Tantas veces soñé con llegar a Noronha que no puedo creer que estemos frente a frente, y menos cuando los delfines se acercan a dar la bienvenida rodeando el barco como si de un cuento se tratase.
Las característica Ilha dos Hermaos en forma de pechos se disputa la atención de la panorámica con el imponente Morro do Pico que con su cara de viejo de la tribu vigila lo que pasa bajo su gran nariz .
Pasan turistas, buggies, buceadores y pescadores, tortugas, veleros, aviones, padelsurfistas y demás. Por suerte es un paraíso alejado de la costa (unos 350km de Natal) y caro de visitar, que por el momento mantiene a raya la masificación.
Los pescadores muestran sus atunes en el único puertecito que solo sirve para desembarcar con el dingui. Los veleros fondeamos entre delfines, tortugas y rayas, nadie se queja…
Aguas turquesas, tiempo cambiante, una de sol y una de lluvia, es lo que pasa en mitad del océano. La recompensa es el verde y azul, el paraíso.
Nos acercamos a la Praia dos Americanos donde jugueteamos con las olas y los pájaros que también surfean e incluso comen de la mano de los lugareños que saben como darles “camarao”. Esa playa que tantas veces vi en un mítico video de surf brasilero que me hizo prometer que algún día lo pisaría. No habían buenas olas para surfear, excusa perfecta para volver.
Solo estamos 3 días (hay que pagar tasas de paraíso elevadas y el fondeo también “pica”) hacemos compras, reparaciones, nos aireamos y disfrutamos de un rico açai que nos da fuerzas para la ultima semana larga de navegación rumbo a Sao Luis, donde me espera tierra firme y nuevas aventuras por Brasil. Algunas ya las conocéis de posts que adelanté, otras os las cuento en el próximo capítulo. 😉