Estamos en el mes de los días mundiales más claramente vinculados a la naturaleza y el medio ambiente. Oportuno, como en cualquier otro momento, acordarnos de lo que el bosque, el agua y el clima suponen.
Recuerdo que el 21 de marzo es el día del árbol y, por una extraña y feliz coincidencia, también de la poesía y del comienzo de la primavera astronómica.
El 22 celebramos al agua y, al día siguiente, a la cada día más necesaria ciencia meteorológica. De esta última solo pretendo que recuerden lo más olvidado por mucho que la información sobre el tiempo sea una de las redundancias más aceptadas por las audiencias. Me refiero a que el clima es la fuente de la vida misma y luego, cuando ya hay organismos, resulta su principal valedor. Parece una obviedad pero percátense de lo poco que los hombres y mujeres del tiempo se refieren a lo que, para las comunidades vegetales y animales, para los cultivos y las labores del campo, supone el clima. No digamos para el porvenir de todos dado los tropiezos que vienen constatándose en sus normas de conducta. Eso que todos conocemos como cambio climático. Lo que nos alcanza sobre el clima a través de los medios a menudo se queda en lo que debemos ponernos o quitarnos o de si debemos o no salir de fin de semana o vacaciones.
Cegados por arrogancias desmedidas cuesta aceptar que somos porque nos consienten los estados de la atmósfera y sus principales creaciones. La más crucial es el agua, la que llega a la tierra, claro. Esa que antes ha bebido el aire directamente de los mares y que acaba siendo lo que bebemos absolutamente todos. Vivir es, sobre todo, ser regado o regarse de alguna forma. Sin embargo estamos todavía muy lejos de gestionar y consumir, con unos mínimos de coherencia y respeto, el líquido de la vida. Es más, casi todos los analistas, tanto ecológicos como políticos, consideran que el agua estará en el fulcro de la balanza de buena parte de los conflictos, económicos e incluso bélicos, de un inmediato futuro. No en vano, como en casi todos los otros temas sociales, la escasez convive con el despilfarro, la contaminación con los intentos de privatización.
En suma y en resumen: usamos hasta un 50 % más de lo estrictamente necesario; no son menos de 200.000 las toneladas de contaminantes que todos los días van a dar a la mar acarreadas por los ríos; más de un tercio de la humanidad no accede fácilmente al agua. Un líquido que demasiadas veces carece de calidad para su consumo directo. Es más, casi la mitad de los humanos no están conectados a sistema de saneamiento alguno. Por eso puede afirmarse que nada mata tanto como lo que más vida crea, es decir el agua. Cada 13 segundos alguien muere por alguna causa vinculada a la ingesta de agua. Eso sí, para convertir al líquido vital en asesino antes hay que matarlo con ingentes contaminantes, no pocos orgánicos y procedentes de nuestros propios cuerpos incapaces, como todos los demás, de vivir sin beber. Por si todo eso fuera poco uno de los escenarios con mayor controversia, en el plano social y político, es el de la titularidad del agua y su gestión.
Con un abanico de propuestas que van, nada menos, que de su total socialización a todo lo contrario, es decir que el agua tenga propietarios. Otra fuente no de sorbos de vida y frescor, como debería ser, sino de conflictos.
Acabo con lo que empezaba, con el árbol y los suyos. Con esas masas forestales donde se incubaron las destrezas de nuestra especie. Mantengo hace decenios que no ha sucedido nada mejor en este mundo que las arboledas. El bosque es la mejor, más completa, bella y justa de las asociaciones vitales. A lo que conviene sumar que no existe mejor antídoto para las principales enfermedades ambientales del presente. El árbol fija varios de los principales contaminantes, fabrica, pues, transparencia. No hay mejor, ni más vasto y acogedor ámbito para la vida que el bosque. Recordemos que entre las frondas viven nada menos que el 65 % de las especies de los cinco reinos de la vida. Frenan al desierto y se alían con el clima ya que no hay un ecosistema forestal que no sea en buena medida su propio clima al liberar agua al aire, crear sombra y retener humedad en el subsuelo.
La madera sigue siendo la primera materia prima de la humanidad. Todavía más destacado es el papel de las arboledas como productoras de principios activos que curan, incluso a nuestro espíritu. Casi todo es farmacia, para nosotros y el medio ambiente, en el bosque. Se han inventariado más de tres mil usos directos y beneficiosos de los arboles.
El próximo 21 de marzo nos acordaremos una vez más que plantar un árbol es uno de los gestos con mayor merecido prestigio que nos cabe hacer a los humanos.
En fin que el ambiente siempre está en medio como estas tres efemérides y lo que pretenden recordarnos. Conviene, pues, no olvidar que casi todos, nosotros incluidos, somos creaciones del clima, del agua y del bosque. No menos de que no tenemos derecho alguno a que no sigan siéndolo también a lo largo de los próximos milenios.