Por mucho que sea, ante todo, una cuestión moral, casi todos los argumentos esgrimidos contra las propuestas del pensamiento ecológico tienen carácter económico. Un modelo basado en el consumo, la velocidad y la comodidad no puede, en efecto, admitir que se estime a todos ellos, cuando se desbocan, como los primeros enemigos de la vida en el planeta. A lo que suele añadirse que las reconversiones propuestas, por cierto para todos los campos de la actividad humana, resultan o muy caras o imposibles. Y así es, por supuesto, si solo se financia y gobierna con los patrones bancarios y políticos del presente. Aspecto sobre el que volveremos en una próxima entrega de este blog. Pero lo que invariablemente aparece a la cabeza de los argumentos esgrimidos en contra de las reivindicaciones de los defensores de la Natura es que afectan a los puestos de trabajo, cuya creación se pretende sea una exclusiva del desarrollismo a ultranza.
Pues bien, allí donde se ha conseguido poner en práctica los postulados del desarrollo vivaz(1), sucede todo lo contrario. Es más, se puede afirmar que no solo es posible, sino que también es urgente y necesario. Porque entre los ingentes desafíos del presente figura también, en destacado lugar, el ir terminando con la visible contradicción de que el trabajo de los humanos sea, en estos momentos, la primera causa de destrucción de la habitabilidad presente y futura de nuestro único mundo. Somos muchos, con buena parte de los sindicatos a la cabeza, los que pensamos que restaurar y limpiar el planeta, así como que la humanidad se alimente correctamente, crearía muchos puestos de trabajo en el sector verde.
Analizaremos a continuación lo estimado por los economistas ecológicos para esos sectores. Bueno será recordar antes que el pleno empleo se aleja cada día más de las posibilidades de nuestras sociedades y del planeta mismo. La más elemental operación matemática demuestra que resulta imposible crear 70 millones de puestos de trabajo al año en un mundo que cada día tiene más personas y tecnologías avanzadas y menos materias primas y territorio. La única solución, si acaso, sería la hasta ahora rechaza de trabajar menos, incluso la mitad que ahora, para repartir con los ahora desempleados. Si hay una revolución pendiente sería esta forma de solidaridad y como administrar la ingente cantidad de tiempo de ocio que jornadas laborales de cuatro o cinco horas generaría.
Volviendo a los puestos de trabajo del sector verde donde mejor queda demostrada su oportunidad es en el más conflictivo de los campos económicos. Nos referimos al energético, base indiscutible, de todos los otros sectores productivos.
La producción de electricidad a través de los sistemas limpios, es decir fotovoltaicos, eólicos, geotérmicos, mareomotrices e hidráulicos consigue no menos de un 30% de mayor demanda de puestos de trabajo que los todavía dominantes sistemas basados en la combustión de carbón, petróleo y uranio. En nuestro país los sindicatos estiman que la masiva y necesaria reconversión masiva a las energías renovables (única solución práctica para enfrentar el cambio climático) precisaría 300.000 nuevos empleos. Bien sabemos que está sucediendo todo lo contrario, es decir que la apuesta por un nuevo modelo energético ha sido literalmente abandonada, poniendo en peligro incluso los casi 100.000 puestos de trabajo que las energías limpias habían generado en nuestro país.
Pero si decidiéramos controlar realmente y, sobre todo, reutilizar la totalidad de los desechos de la selvicultura, ganadería, agricultura y urbanos. Si quisiéramos ser realmente limpios y no cambiar exclusivamente lo sucio de lugar, serían medio millón los puestos de trabajo que deberían ser creados. Recordemos que ambos casos hay muchos más beneficiados que los que así encontrarían trabajo. Porque la transparencia del aire, de las aguas y la no contaminación de los suelos redunda en la calidad de vida de todos los conciudadanos presentes y futuros.
Todavía más contundente resultaría la apuesta por la restauración de los paisajes, nuestro propio organismo y nuestras viviendas. Algo que incluye el modelo extensivo en la ganadería, la caza ecológica, la selvicultura generalizada, la pesca regulada y, ante todo, la agricultura ecológica. La producción de alimentos sin el uso de agroquímicos demandaría entre un 20 y un 30 % más mano de obra que con los métodos todavía hoy dominantes. Nada despreciable sería también la apuesta por las restauraciones de las viviendas menos preparadas para las condiciones climáticas. En lugar de tanta construcción nueva, tantas veces vacía y perturbando la economía, se podría emplear a otro medio millón de personas en ese tipo de regeneración, aunque desde luego en este último caso sería necesaria la ayuda económica de los gobiernos.
Hace tres décadas el gobierno holandés estimó en 700.000 los puestos de trabajo que se crearían con un plan de generalización de tecnologías ambientales en tan pequeño pero dinámico país. Para España hace ya tiempo que se calculó una necesidad de 200.000 puestos de trabajo el tomarse en serio la descontaminación de suelos, aguas y aires.
En cualquier caso recordemos que la pérfida Alemania encabeza la creación de puestos laborales verdes o que en la UE se crearon cerca de un millón de empleos verdes en el 2010. Pero lo mejor es la estimación de la propia comisión europea que eleva a seis millones la necesidad de nuevos puestos de trabajo en el sector verde para el 2020.
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(1) Rechazo la utilización del término sostenible por mucho que se haya universalizado. Esa palabra, que sustituyo por vivaz, ha sido tan adulterada por demasiados usos por completo contrarios a su verdadero sentido que ya nadie puede estar seguro de a que está designando o definiendo con ella.