El aire que respiramos, ese que nos da la vida, es también nuestro enemigo invisible. Nuestro modo de vida, sobre todo, y la necesidad de abastecer a casi 8 mil millones de personas (para el año 2030, según la Organización de Naciones Unidas, ya seremos 8.400.000.000 de habitantes) hacen que la contaminación atmosférica tenga un culpable. Nuestra especie es la que más ha interferido en el medio natural y, por lo tanto, sus costumbres y la forma de llevarlas a cabo, inevitablemente han enviado a la atmósfera esas sustancias tóxicas que sin darnos cuenta nos están envenenando.
Así, los datos son escalofriantes, se miren por donde se miren. La Organización Meteorológica Mundial informa de un aumento de un 36% de esas partículas contaminantes entre los años 1990 y 2014, como el dióxido de carbono, el metano o el óxido de nitrógeno que se desprenden de las actividades agrícolas, industriales o domésticas.
Esa contaminación atmosférica será la causante de 6 a 9 millones de muertes prematuras en el año 2060 en nuestro planeta, lo que tendrá un costo de un 1% del PIB mundial, según la OCDE (Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos). Por lo que no solamente influye en nuestra salud, sino en nuestra economía. Ya solamente nos queda actuar lo antes posible para frenar esas emisiones malignas.
Las actuaciones deben ser muchas y a diferentes niveles, y en todas ellas van a tener un factor preponderante las energías renovables o limpias, esas que dejan como rastro una mínima huella de carbono; como la energía solar, la energía eólica, la energía hidráulica, la energía geotérmica, la energía marina, la energía mareomotriz o la bioenergía; además de los biocombustibles.
El cambio climático que han constatado los investigadores, debido en parte a todos esos contaminantes emitidos al aire, que han acelerado el efecto invernadero (esa subida de temperatura de la atmósfera que en el año 2070 será de 3 grados centígrados), hace que los humanos debamos evolucionar hacia otros modelos de vida más acordes con nuestra naturaleza como seres vivos que somos. Ese cambio debe ser propulsado y promovido en un corto espacio de tiempo, porque la cuenta atrás hasta que llegue ese momento concreto en que nuestro mundo sea insostenible, ya está en marcha.
Aunque no todo son malas noticias, el agujero que existe en la capa de ozono, situado en la zona antártica, comienza a recuperarse; según se ha publicado en la prestigiosa revista Science en el mes de julio. Los científicos han podido constatar que ese agujero ha disminuido, y ya “solamente“ es de 4 millones de kilómetros cuadrados (en su máximo apogeo llegó a los 25 millones de kilómetros cuadrados). Se debe a la prohibición de los compuestos orgánicos clorados, esas sustancias que contenían los aerosoles, que fueron muy utilizados en la refrigeración o en la limpieza en seco, además de en las lacas o desodorantes.
Por lo tanto, no todos los pasos que estamos dando son en vano. Todavía hay sitio para la esperanza, si cada uno de nosotros empieza a actuar desde hoy mismo, y si las políticas medioambientales de las empresas, instituciones o gobiernos se comprometen de manera definitiva.