Foto Miguel Ángel Uriondo

¿De verdad somos adictos al móvil?

La respuesta es no. Sencillo, ¿verdad? Si queréis una explicación más larga podéis leer este artículo en el que explican por qué con todo lujo de detalles. Pero la polémica me sirve para reflexionar sobre el uso que damos a la tecnología y la generación de nuevos códigos de conducta a su alrededor.

El smartphone es la mejor herramienta de comunicación jamás concebida, hasta el punto de que los dispositivos de hoy en día ni siquiera están en la misma categoría que los de hace más de diez años.

Seguimos llamándolos “teléfonos” porque cumplen esa función básica de intercambiar conversaciones a través de frecuencias destinadas a los móviles. Pero es como cuando hablamos de ‘consola de videojuegos’ cuando una ‘consola’ es una “mesa hecha para estar arrimada a la pared, comúnmente sin cajones y con un segundo tablero inmediato al suelo”.

Sabes que estas ante el dispositivo total de comunicación cuando te podrías pasar dos días escribiendo sobre él sin que se acabasen el número de usos posibles. ¿Comprobar tus cuentas del banco? ¿Grabar podcast? ¿Conocer a posibles parejas? ¿Buscar el teléfono de la ferretería más próxima? ¿Jugar a un videojuego en tiempo real? Podemos seguir hasta el infinito porque casi infinitos son los usos que se puede dar a estos dispositivos.

 

Especialmente a medida que el smartphone se convierte en el centro de nuestra vida digital, en el dispositivo que, al final, lo domina todo. Como el anillo para dominarlos a todos de Tolkien, el smartphone es la pieza dominante del ecosistema en estos momentos y, hasta que los asistentes digitales por voz tomen el relevo, si lo hacen, no parece que nada vaya a cambiar.

¿Cómo podemos hablar de adicción al móvil si realmente es uno de los elementos de nuestra vida que mejor ratio de resultados/esfuerzos nos ofrece?

Obviamente hay que administrar su uso en relación con otros seres humanos, pero ¿cómo ignorar la capacidad de herramientas que nos ofrece? Yo he sido más productivo en una tarde haciendo cola en el médico que si hubiese estado en la redacción gracias al móvil. ¿Cómo decir sin reírme que estábamos mejor sin él?

Mi hijo de cuatro años adora el juego Plantas contra Zombies. Es genial, porque su afición no se limita al momento de jugar. Se pasa el día haciendo dibujos, cantando canciones y contándonos aventuras relacionadas con el dichoso juego. ¿Cómo negarle lo que obviamente ha sido un elemento de inspiración que le ha animado a desarrollarse en diferentes ámbitos, incluso descontando el tipo de competencias necesarias para jugarlo?

Cuando tenía su edad sólo contaba con un hueco en la casa de mis abuelos, un papel, unos bolígrafos, soldados de plástico, coches metálicos y el Hola si quería leer algo. ¿De verdad estábamos mejor?

¿Cómo no pasar el día pegados a una herramienta que hace tanto por nosotros?

Lo raro no es que pasemos el día enganchados. Lo raro es que no le hayamos construido ningún monumento o que lo adoremos como a una diosa de la fertilidad maya.

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