La desertificación es una acción que ocurre por la degradación de las tierras en determinadas áreas áridas, semiáridas o semihúmedas por diferentes causas, entre las que se encuentran las actividades humanas como la deforestación, el exceso de cultivos, cultivos inapropiados, sobrepastoreo o sistemas de irrigación ineficaces; y las variaciones climáticas, incluido el cambio climático, con el aumento de fenómenos meteorológicos extremos con más épocas de sequías y mayores lluvias torrenciales e inundaciones, entre otros.

La erosión que se produce en esos suelos es un proceso lento que puede destruir un suelo de 2,5 cm formado a lo largo de 500 años en unos cuantos años. El desequilibrio hidrológico o el agua disponible determina en gran medida el desarrollo de los sistemas naturales, si estos de alguna manera resultan perturbados, sus consecuencias afectan a la economía humana y al propio ecosistema con todos los seres vivos que lo habitan.

 

 

La degradación de las tierras puede tener varios factores que determinen ese daño:

  1. La deforestación:
    Si las raíces que sostienen el suelo y procuran una estabilidad, desaparecen; así como la cubierta vegetal que actúa como protección frente al viento, y las hojas que caen dejan de producir ese alimento orgánico a la tierra, los factores climáticos ya tienen vía libre para desarrollarse. La fertilidad del suelo se ve deteriorada, así como los animales y el resto de plantas sufrirán las consecuencias de esa tala de árboles.
  2. La salinización del suelo:
    La evaporación del agua hace que las sales minerales se queden en la superficie en los lugares con gran irrigación y que tienen pozos subterráneos contaminados.
  3. La degradación ambiental:
    La consecuencia directa de la degradación de las tierras es la degradación ambiental, que por supuesto se ve agravada con todo tipo de contaminación química del agua y la tierra, que provoca a su vez una falta de futuro para los cultivos, aumento de la pobreza y de las migraciones, que cada vez son mayores debido al cambio climático.
    La desertificación supone la ruptura de ese frágil equilibrio existente, y la única manera de proteger nuestro entorno de ella, es detectarla cuanto antes mediante políticas medioambientales globales que tengan en cuenta el territorio en su concepto más amplio.
    En España ya tenemos un 20% del territorio degradado, con 1% que comienza a estarlo según uno de los últimos estudios sobre la desertificación en nuestro país publicado en la revista científica Science of the Total Environment. Una situación límite que nos coloca en el punto de mira.

Por ello es importante tomar medidas extraordinarias de inmediato, para poder revertir el desastre que ya está en puertas de producirse:

  • Reintroduciendo especies autóctonas y plantando árboles.
  • Promoviendo bancos de semillas autóctonas.
  • Fomentando y protegiendo el suelo con matorrales y otras especies.
  • Equilibrando las actividades de pastoreo y cultivos para que los dos se beneficien mutuamente.
  • Utilizando sistemas alternativos de producción de alimentos con diferentes técnicas de cultivo (siembra directa, por ejemplo) y diversificando la producción.
  • Aportando nutrientes el suelo.
  • Gestionando las tierras secas de forma eficiente.