Ya han pasado unos meses desde que visité la zona de exclusión de Chernóbil, en Ucrania. Tristemente famosa por ser la zona cero de uno de los desastres nucleares de mayores proporciones de la historia, mis expectativas antes de llegar eran mínimas.
No sabía si me encontraría con la más absoluta tristeza, rabia e impotencia que sentí al recorrer el campo de concentración de Auschwitz, donde incluso se me escapó alguna lágrima. O si mi vida correría peligro por la alta radiación que aún existe y existirá durante miles y miles de años en el lugar.
Para salir de dudas, decidí aceptar la invitación de Planet Chernobyl y viajar hasta allí para comprobar in situ cómo Chernobyl, 30 años después de la catástrofe, se encontraba hoy en día.
El viaje, en el que también se incluía la capital de Ucrania, Kiev, como punto de partida para la exploración de este territorio, fue breve pero intenso. Tras un día visitando la ciudad de Kiev, que recomiendo a todo aquel que aprecie las escenas urbanas cubiertas por el blanco manto invernal, nuestro grupo (Chernóbil no puede visitarse individualmente a día de hoy) recorrió los 130km que separan Kiev de la zona de exclusión, que comprende un radio de 30km alrededor de la planta.
La visita, de unas 8 horas en total, nos llevó por algunos de los puntos más significativos de la zona. Recorrimos los asentamientos hoy mayormente vacíos que un día estuvieron llenos de vida y actividad. Entramos en escuelas infantiles, donde el tiempo se detuvo hace treinta años; presenciamos la escala megalítica de construcciones como el soviético radar Duga; vagabundeamos por Pripiat, la ciudad fantasma que fue abandonada unas horas después del accidente y donde hoy la naturaleza campa a sus anchas, reconquistando lo que una vez fue suyo y nos acercamos demasiado al nuevo sarcófago construído para confinar parte de la radioactividad que la planta sigue soltando hoy día.
Cuando cayó la noche dejamos la zona de exclusión y volvimos a Kiev. Era sábado noche y la ciudad ofrecía su otra cara. Luminosa, festiva y abierta a que sus visitantes disfrutasen de la misma. Al día siguiente, cada uno volvió a su lugar de origen.
Una parte de Chernóbil, sin duda alguna, volvió con nosotros. No solo en forma de radioactividad, que también, pues cada minuto que uno pasa cerca del reactor adquiere una cantidad significativa de partículas nucleares, invisibles pero letales en altas dosis; sino como un recuerdo grabado a fuego de a dónde puede llevarnos el progreso humano si no lo gestionamos como es debido.