La Estrada Real..Sigue la aventura nómada de Albert Sans

La Estrada Real prosigue su serpenteo entre los montes y pueblitos en busca de alguna ciudad con un corazón colonial cercada por el asfalto del progreso.

El calar de los días me va mostrando un estado, Minas Gerais, que pese a ser muy verde, es verde de plantaciones, o en el fondo, de dinero. Se pierden los bosques y las matas autóctonas, las explotaciones agrícolas y ganaderas, es decir, la economía, se lo van comiendo todo.

Fotografía realizada con una Lumix GH4

Me concentro en lo que queda: en el camino de ripio, en callecitas de pueblos empedrados, en los niños a caballo que cruzan mi camino y en los pocos riachuelos limpios en los que refrescar los pies así como los arboles a cada lado del camino que me venden bosques pero esconden deforestación.

Algunas veces, el camino prácticamente desaparece. Es cuando más me gusta y donde más me encuentro. En el fondo busco aventura, un mundo de otro tiempo. Cuando el alquitrán queda lejos y las sendas se borran es cuando, por fin, llega ese planeta.

Fotografía realizada con una Lumix GH4

Cruzo algunas lagunas. Una de ellas, con una barcaza que, realmente, es un tractor enganchado a una balsa. Si os fijáis bien en la foto, veréis el morro del tractor y como las ruedas han sido sustituidas por unas palas que hacen de molino propulsor. En el mundo rural, lo que vale es que las cosas valgan.

Y así llego a Tiradentes, un pueblo que me vienen recomendando desde hace tiempo y que, realmente, vale la pena. Está muy bien conservado y sus empedradas calles, históricas iglesias y coloridas casitas coloniales valen la pena.

La iglesia de Santo António parece esconderse tímida del turista entre las callejuelas que la buscan desde la parte baja.

Paseando esquivos carruajes que llevan turistas a posar para sus cuentas de Instagram en las fuentes y monumentos o a comprar souvenirs.  En mitad de esa rutina de viajero, recibo una mala noticia del otro lado del charco que me deja preocupado.

El yang del nómada, estar lejos de los tuyos y no poder mirar a los ojos y dar un abrazo piel con piel. Un par de días después, en el pueblito de Carrancas, la mala noticia se transforma en una auténtica fatalidad, una pesadilla que no podía ni imaginar en mis peores presagios.

Me quedo petrificado ante la pérdida de alguien muy importante en mi vida. Durante unos días apenas me muevo de un rincón de un piso vacío que me ha cedido la municipalidad para descansar sin dar crédito y sin poder hacer nada, ni cambiar la realidad, quizás el momento más triste de mi vida.

Y ahí en mitad de la nada, en el momento más bajo, saliendo a comprar pan a la calle, aparece un acento que me salva la vida. Judit y Marina llegan riendo y charlando en catalán con toda la energía del que hace poco que ha emprendido un vuelo soñado.

Fotografía realizada con una Lumix GH4

Acentos de casa, sonrisas, aire puro para mi tristeza. Sorpresa mayúscula ese improbable encuentro en un lugar tan pequeño y remoto. En poco tiempo me animan, vamos a tomar una cerveza y a airear mi tristeza, mientras me cuentan de su vidaje. Hacemos planes para el día siguiente: ir a alguna cascada cercana a refrescarnos y, en mi caso, reanimarme un poco.

Me impresionan. Si yo ya me considero frugal y minimalista, ellas lo son aún más, duermen muchas veces sin tienda en cualquier sitio y se adaptan a las situaciones sin problema. La buena onda y la ilusión las guían.

Al día siguiente, en la cascada y el riachuelo nos damos una buena sesión de baño y sol, tanto que se nos hace tarde para volver a tiempo para comer. Yo lamento no haber traído mi hornillo para cocinar, pero ellas se adaptan e improvisan un fuego. Cocinamos a la chapa una rica mezcla de las cuatro cosas que llevamos por casualidad y de postre, otro baño. Vida simple, vida feliz.

Fotografía realizada con una Lumix GH4

Una serpiente se acerca, parece que hemos ido a instalarnos justo en mitad de su camino. Tras la sesión de fotos a distancia prudencial, volvemos al pueblo a seguir charlando y tomar la penúltima cerveza fresca.

Mi vidaje sigue al par de días. Necesito ruta, ellas van en otra dirección, pero prometemos reencontrarnos más adelante, en Ilha Grande, como así sucedió.

Yo me pierdo (o reencuentro) en algunas de las numerosas cascadas que hay por la zona de Carrancas. Estoy solo de nuevo, algo mejor. El silencio y el entorno, lo grande y lo pequeño, me sirven para limpiar y domar la tristeza y despedirme a mi manera de mi querida Paula, lloro una canción: www.albertsans.com/pajarinda/

Fotografía realizada con una Lumix GH4

Sigo pedaleando, me sienta bien. Movimiento, paisaje, vida… Un poco más animado, llevando conmigo las cosas buenas de esa persona que se fue y una tristeza en la mochila que durará más de lo imaginado, me lanzo a rematar la Estrada Real.

Hay momentos en que parece el Serengueti, llanuras infestadas de hormigueros gigantes, árboles aislados y terreno más plano que anuncia que la costa no ya no queda tan lejos.

Necesito mi oasis y ese no es otro que Ilha Grande, mi puerto base en el planeta, mi isla parada en el tiempo en la que me cobijaré a curarme durante una buena temporada.

Tras unas duras últimas jornadas (con una avería importante incluida), me dejo caer hasta Paraty, donde visito a amigos del pasado, del inicio del Vidaje años atrás. Ya huelo la isla, mi mejor amigo está a unos días de llegar y mi familia isleña de ver como he envejecido estos años de VIDAJE.

 

Os lo cuento en el siguiente capítulo.

 

 

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