Este mismo año, el diccionario Merriam Webster añadió la palabra ‘nomofobia‘, que se define como el miedo irracional a salir de casa sin el móvil. Un paso que la RAE todavía no ha dado. Estamos enganchados a nuestros móviles inteligentes porque son una importante fuente de información, comunicación y entretenimiento. Pero la industria coincide en uno de los principales riesgos de cara al futuro: cada vez son menos divertidos, menos diferentes entre ellos.

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Las diferencias entre dispositivos de alta gama, por encima de los 400 euros, y aquellos que tienen costes muy inferiores, se han reducido tanto que el grueso de los consumidores están optando por versiones baratas y obviando los grandes lanzamientos de los fabricantes más afamados.

 

Asimismo, el que las capacidades de los teléfonos vayan cada vez a más tiene un riesgo que ya conoce bien el segmento de las tabletas: si ya tienes un dispositivo que satisface tus necesidades, es difícil que vayas a esforzarte en cambiar, y los tiempos de rotación de los dispositivos se incrementan sustancialmente.

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Esto, para colmo, se agudiza si tenemos en cuenta un factor importante: el hecho de que en España los operadores de telefonía móvil han reducido drásticamente el importe que dedican a la subvención de terminales. Por más que esta práctica se mantenga a otro nivel, o que se haya complementado con otras fórmulas como la financiación sin intereses, el proceso de compra no es el mismo que antaño y el mercado libre ha pasado a tener una importancia mucho mayor, con minoristas como MediaMarkt y Amazon captando una parte importante del mercado.

En el pasado Mobile World Congress de Barcelona hubo varios aspectos destacados en las presentaciones de los distintos fabricantes. Uno de ellos fue el reconocimiento explícito de que el del teléfono inteligente es un segmento maduro en el que resulta cada vez más complicado atraer la atención. El otro, más satisfactorio, fue la constatación de una voluntad explícita de los fabricantes de cambiar su estrategia y crear dispositivos más innovadores.

Nuevas formas de tener baterías recargables en un dispositivo unibody, cámaras de 360 grados, que la caja del teléfono se convierta en unas gafas de realidad virtual, nuevos accesorios, relación con otros dispositivos como drones, teléfonos modulares… El objetivo es seguir planteando alternativas a un modelo de negocio que, excluyendo todas estas cuestiones, no deja de consistir en la venta de caros, pequeños y ligeros espejos negros llenos de posibilidades.

Cómo conseguir que una industria que cuenta con 4.700 millones de abonados, el 63% de la población mundial, siga entusiasmada por unos dispositivos cada vez mejores y más baratos es complejo. Sin embargo, existe una voluntad clara de hacer que sea así. Sea por diseño, por tecnología, por prestaciones, por resistencia a los elementos, o por otras cuestiones. Si los smartphones terminan aburriéndonos no será porque quienes se los imaginan no estén poniendo de su parte.