La montaña es una excelente oportunidad para disfrutar con la familia de un día en contacto con la naturaleza y en un entorno lleno de aventuras y aprendizajes.
Una de las cosas que siempre hemos tenido muchas ganas de hacer con los niños es enseñarles a disfrutar de la montaña y de la naturaleza tanto como lo hemos hecho nosotros, que aprendieran de ella y que supieran disfrutar de las cosas sencillas e increíblemente bonitas que nos ofrece y qué mejor para ello que caminar por la montaña con niños.
Andar, trepar, correr, saltar, jugar, esforzarse, reír, aprender, compartir, ayudarse… no hay mejor desarrollo físico, motor, ¡por no hablar del mental! En definitiva, que es una buenísima manera de ayudar a crecer a los pequeñajos de la casa.
Uno se pregunta cuánto es capaz de andar un niño, hasta donde será capaz de llegar. ¿Se cansará pronto o será capaz de alcanzar el final? Lo primero que hay que tener en cuenta es que caminar por la montaña con niños ya es toda una satisfacción y no es necesario hacer grandes caminatas. ¡Hay muchas excursiones sencillas en las que grandes y pequeños podremos disfrutar!
Una cosa que hemos comprobado con nuestros hijos es que, en las primeras excursiones que hicimos, a la que llevaban cierto tiempo caminando ya decían la famosa frase «estoy cansado». Es entonces cuando hemos tenido que utilizar nuestro ingenio para distraerlos, y es increíble cómo se olvidan rápidamente de su cansancio y siguen caminando como unos campeones.
Algunos de nuestros trucos típicos son:
- Cantar canciones
- Explicar historias sobre montañas y castillos
- Fijarnos en todo tipo de bichos y plantas que nos encontramos por el camino
- Hacerles hacer de guía a ellos buscando las señales de los senderos
- Recoger piñas y motivarlos con un premio al llegar al final (en nuestro caso es una galleta enoooorme de chocolate 🙂
Después de hacer varias excursiones, hemos visto como son ellos mismos los que se fijan en las cosas, se entretienen, juegan y tiran hacia delante. Y la satisfacción que tienen cuando llegan al destino es increíble. Su esfuerzo se ve recompensado con unas vistas impresionantes, un inmenso prado para hacer volteretas o un lago en el que remojarse los pies (o bañarse, los niños tienen el termostato diferente del nuestro, y no se lo piensan dos veces, ¡se tiran al agua por fría que esté!)
Y es en ese momento en que sólo hay que relajarse y disfrutar del espectáculo que la naturaleza es capaz de ofrecernos; todo lo que es capaz de enseñarnos la montaña y lo hermosa e inmensa que es la naturaleza. Nos recoloca a todos en nuestro sitio. Todo un aprendizaje para la vida, ¡y es increíble poderlo compartir con nuestros hijos!
Todas las fotos pertenecen al precioso Valle de Bujaruelo en el Parque Nacional de Ordesa (Huesca), concretamente a las excursiones al Valle de Otal y al puente de Bujaruelo. Estaba deseando llevarme la Lumix GX7 de excursión, y el resultado no pudo ser mejor: ¡su ligereza y calidad me tienen enamorada!
