Natal, la capital de Rio grande do Norte, me recibe con el skyline típico de las grandes ciudades brasileras, una dentadura de edificios altos que se reproducen en pleno paraíso. Las grandes avenidas que la cruzan de lado a lado me conducen hasta el centro histórico donde volveré más de una noche a disfrutar de una roda de samba callejera en alguna de las plazas que se esconden tras las esquinas.
Vivo en Natal unas semanas haciendo gestiones burocráticas para el vidaje y mecánicas para Ona, hospedado por gente linda que conocí tiempo atrás en el laberinto del viaje y anfitriones de couchsurfing que me tratan genial como siempre. Me siento cómodo en Natal, no es una ciudad agobiante, te deja respirar. Esta limitada al norte por río y en el sur se extiende el gran parque de las dunas que llega a tocar con la punta el final, o principio según se mire, de su gran y famosa playa de Ponta Negra.
Ponta Negra pese a estar en muy cerca del centro esta separada por una ladera de las avenidas que quedan en lo alto y eso le da una distancia que se traduce en aguas limpias, aires frescos de mar y caminadas de pueblo.
Pero mi alergia al asfalto no tarda en asomar y un día me siento como el solitario árbol al que fotografío desde lo alto de un edificio, rodeado de calles y condominios (minibarrios cerrados y con seguridad privada que abundan en Brasil).
Es hora de seguir al sur y en una de las primeras rampas una grande y casi fluorescente verde Iguana me da la bienvenida a Pirangi donde se encuentra el famoso Cajueiro (árbol que da la castaña de caju) más grande del mundo.
No es el típico árbol grande que rodear entre varias personas, es literalmente una laberinto de troncos, ramas y hojas más grande que un campo de futbol. Increible, un solo árbol parece todo un bosque.
Dejo las sombras del cajueiro y sigo pedaleando por delgadas carreteras de costa que van uniendo pueblecitos con playitas calmadas y paradisiacas. Natal no deja apenas resaca a su periferia y eso hay que celebrarlo en una tapioqueria entrañable de la que ya me habían hablado.
La tapioca es una especie de crepe mas seco, tortita, hecho a base de harina humedecida de Yuca.
En esta tapioquería le dan un toque personal con coco rayado y luego cada uno elije su acompañamiento dulce o salado, que se ayuda a bajar con café o suco de caña.
Un curioso horno de leña calienta su “techo” donde las mujeres lanzan puñados de materia prima que se transformara en las tapiocas o beju en su versión más gruesa para que se cocinen. Muy sabroso y típico en casi todo Brasil.
Como penitencia a los excesos Natalenses me lanzo a surfear en playas perdidas rumbo a Pipa, mi próxima paradinha. La famosa Pipa es turística pero encuentro un rinconcito tranquilo con unas vistas de ensueño en la playa do amor. Desde su acantilado puedo ver a maestros de las olas disfrutar tanto como los delfines que se acercan de vez en cuando a pescar a la Bahía dos Golfinhos y que nadan a tu lado sin inmutarse. Los malabaristas practican sus trucos en la playa antes de ir en busca del turista mientras yo remato una de mis canciones.
En Pipa hay muchos artesanos, surfistas y turistas, pero también naturaleza colores y belleza. No hay que perderse el perderse por algún pueblecito costero a degustar platos marineros o típicos de la región.
Un lugar especialmente bello en esta costa de paraísos día si y día también. Si uno pedalea fuera de las carreteras que discurren por el interior puede llegar a zonas aisladas de acantilados o playas sin nombre donde si quiere puede vivir como en una isla desierta sin ver apenas a nadie. El peaje es avanzar lentamente y empujar en algunas pistas de arena, pero vale la pena abrir la tienda por la mañana y encontrarte espectáculos irrepetibles que compensan cualquier incomodidad de la vida nómada.
Sigo avanzando sin prisa, como la poca que tienen los balseros que te cruzan pequeños ríos (a mi me invitan seducidos por las dos ruedas de Ona) mientras te bebes una refrescante agua de coco recién caídos de los numerosos coqueros que pueblan y dan sombra a este afortunado rincón del mundo.
Retraso mi llegada a las alturas Joao Pessoa lo máximo posible, las ciudades pueden esperar un poco más. Os cuento la llegada y la linda periferia en el próximo capítulo.