De Sao Miquel dos Milagres se pierde en el retrovisor mientras serpenteo por enormes campos de caña de azúcar esquivando serpientes rumo a Maceió capital del estado de Alagoas.
Salto algún rio mientras los “muleques” (jóvenes gamberrillos) saltan de los puentes disfrutando del eterno verano brasilero.
Llego a Maceió donde apenas descanso un par de días que aprovecho como siempre para compras y remiendos.
La ciudad me pone fácil la huida con una buena ciclovía que encara la famosa Playa del Francés y Praia do Gunga. Son lindas, pero muy turísticas, apenas me doy un bañito y voy directamente a los solitarios acantilados gigantes que hay camino Coruripe.
En la siguiente foto se aprecia la altura de estos acantilados (si me encontráis…)
Sin saber qué me encontraré, doy un golpe de manillar para adentrarme en Jequiá da Praia para buscar un rinconcito donde hospedarme.
Como tantas otras veces, me ofrecen un lugar donde plantar la tienda de campaña y encuentro sorpresas únicas de cada pueblecito.
Un puente muy pronunciado sobre el rio es la llave a una vista privilegiada sobre los pintorescos muelles de madera desde donde los pescadores por la mañana y los niños por la tarde lanzan las redes al agua para robar la comida a las garzas que se buscan la vida más abajo.
Entrañable recuerdo que se funde junto al del próximo pueblo en el que paré unos días, Pontal do Coruripe.
Un pueblecito pegado a un faro que, pese a ser muy visitado los fines de semana, conserva su esencia entre las calles donde las viejecitas tejen en la calle suvenires mientras los nietos todavía juegan con caballos.
Un arrecife protege las playas encaradas al mar dejando una lagunita tranquila para el baño familiar y sirve de plataforma para los pescadores de caña que invaden de nuevo el lugar de las sufridas garzas.
Los más jóvenes se lanzan a surfear en la parte más expuesta. Los perros se lanzan a la carrera en las largas playas corriendo todo lo que no han podido hacer entre semana en las ciudades.
En el pueblo, la escuela celebra una fiesta de bailes regionales y disfraces típicos con el fin de recaudar fondos para el viaje de fin de curso. Sonrisas, mordiscos gastronómicos, primeros amores, música, bromas, fotos, recuerdos… La alegría brasilera redunda con la alegría del momento.
Nadie repara del todo en él, pero tomando distancia, aparece un protagonista clave en esta historia, el gran árbol del pueblo, que atrae y cobija a todas las generaciones que, una vez más, ha visto pasar.
En la playa que queda al lado del rio, donde las puestas de sol son de cine, los partidos de fútbol se suceden ante la mirada de los barcos pesqueros que descansan antes de salir de nuevo de madrugada.
Como es fin de semana, hay todo tipo de eventos al aire libre. Puedes encontrar desde clases de fitness populares, hasta prácticas de artes marciales, comida ambulante o restaurantes ofreciendo riquísimas moquecas a buen precio.
Sin duda es un buen lugar para sentirse en “casa” por unos días antes de llegar al famoso Río San Francisco, donde hay un buen puñado de cosas que ver antes de cruzar a Aracaju y al estado de Sergipe.
Me repito como un loro si os digo que: Eso lo veremos en el siguiente post, os espero 😉