El 3 de marzo se celebra el Día Mundial de la Naturaleza y la Vida Silvestre, una fecha que la Asamblea General de Naciones Unidas en el año 2013 decidió ubicar en el calendario para remarcar su importancia para la salud del planeta. De la custodia de su biodiversidad depende nuestro futuro, de ahí la necesidad de elaborar planes y proyectos para su conservación.

Esta jornada se presenta con un espíritu reivindicativo en el que se debe dar un mayor protagonismo a las voces de los jóvenes, aquellos comprendidos entre los 10 y los 24 años. Una generación que puede ayudar a cambiar el estado de esa vida silvestre: su energía, su vitalidad y sus ideas frescas pueden aportar mucho. Su empoderamiento es vital, así como el hecho de convertirlos en líderes reales con fuerza suficiente para obtener unos impactos más que positivos en el medio ambiente.

¿Cuál es el aspecto más preocupante de esa naturaleza y vida silvestre que necesita de nuestra atención?

El tráfico de especies se lleva la palma. Alrededor de 7.000 especies protegidas sufren las consecuencias de este crimen que suele estar vinculado a su vez con el terrorismo y el tráfico de armas y drogas, según se revela en el último informe sobre tráfico de especies de Naciones Unidas del año 2016.

El estudio es abrumador y revela una información realmente escalofriante, se mire por donde se mire. Las incautaciones más llamativas que ocupan el primer puesto son de palo de rosa, una especie de árbol en peligro de extinción del que se obtiene un aceite muy preciado para la industria cosmética y del perfume, además de utilizarse para elaborar con su madera, muebles.

Después, en el segundo puesto, aparecen los elefantes por su marfil. El crimen organizado mancha esos colmillos, pero aun así se siguen matando a estos bellos paquidermos para que el ego humano siga regodeándose de su supremacía.

Las pieles de reptiles en peligro de extinción están en el tercer puesto, a pesar de que está prohibida la caza de estos animales, el mercado negro es la lucrativa salida de todas ellas.

Les siguen por orden: el tráfico de pangolines, su apreciada carne en el sudeste asiático ha aniquilado todos los ejemplares, que ahora se buscan en territorio africano; la madera de agar para perfumes o cosmética; los loros como mascotas, para espectáculos o zoos, y también para criar; el caviar, como alimento para los poseedores de infinitas fortunas; las pieles de los felinos para fabricar abrigos o prendas; el cuerno del rinoceronte, para pulverizarlo y preparar medicinas milagrosas que curan todo (según algunos); la bilis de oso, también por supuestas propiedades medicinales en el continente asiático; por último, el comercio ilegal de tortugas, que viene a sumarse al resto de productos delicatessen  para sibaritas.

El contrabando de estas especies animales y vegetales que aparece reflejado en el informe podría ser la punta del iceberg, ya que solo se han contabilizado aquellas especies cuyos contrabandistas han sido detenidos; es decir, existe mucho más del que se ha podido tener constancia.

Y constituye una necesidad imperiosa, elaborar unas leyes que impidan de una vez por todas acabar con ese sufrimiento animal, y que sean firmes en su condena hacia aquellos individuos que trafican con la biodiversidad en peligro de extinción.

Una lacra social de la que todos somos culpables: si no hay comprador, no hay comercio. Y todo puede cambiar con las generaciones venideras, si se les educa en ese cuidado real de la naturaleza y de la vida silvestre, y si se les da otro tipo de salida laboral a esas personas que viven precisamente de ese tráfico ilegal.

 

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