Por motivos de trabajo este año sólo podíamos hacer un par de semanas de vacaciones. Mi pareja es periodista y estuvo de enviado especial a Brasil para cubrir los Juegos Olímpicos. En mi caso, acabo de abrir una tienda de decoración y complementos en Manresa, ciudad donde resido, y como todo autónomo que comienza con un pequeño negocio, el primer año es el más difícil y el que requiere más esfuerzo y sacrificio. Así que aunque sólo fuesen unos días, necesitábamos descansar y recargar pilas para afrontar el nuevo curso con motivación y energía. Y lo que es más importante, queríamos aprovechar al máximo estar con nuestra hija, que justo acaba de cumplir 21 meses.
Así que cuando pensamos en el destino ideal para disfrutar juntos, lo tuvimos claro. Formentera es la isla más pequeña de las Baleares y nuestro pequeño paraíso desde hace algunos años. La última vez que estuvimos fue en verano de 2014, cuando estaba embarazada de Gala, con lo que nos hacía especial ilusión regresar y enseñarle la isla.
Alquilamos una casita en el campo, cerca del Faro de Barbaria, donde estábamos prácticamente solos. Habitualmente desayunábamos en el patio y nos íbamos a la playa. Por la tarde rara vez perdonábamos la siesta ni tampoco nos perdíamos la puesta de sol, que intentábamos ver en lugares distintos de la isla. Que sea tan pequeña tiene sus ventajas y es que, con un golpe de coche, te plantabas donde quisieras. Gala aprendió a decirle adiós al sol y también le enseñábamos cada noche las estrellas, que desde la casa donde estábamos alojados, se observaban perfectamente. De hecho, el nombre de la casa es ‘Casiopea’, en honor a la constelación en forma de W, que configuran sus 5 estrellas más luminosas.
Otra de las actividades que más disfrutamos con la pequeñaja fueron los baños en el mar. Las aguas de Formentera se caracterizan por ser de un turquesa casi único y, en su mayoría, cubren poco y el mar está calmado. Así que para ir con un bebé son perfectas. Gala solía sentarse en la orilla con su cubo, la pala y el rastrillo y jugaba con la arena. Una de las cosas que más le gustaba era ver los peces que, sin necesidad de usar gafas de buceo, se advertían fácilmente desde la superficie. En la playa de Caló des Mort, seguramente la que tiene más encanto de Formentera, es posible bañarse entre bancos de peces, ya que el agua es cristalina y está tan calmada que casi parece una piscina. Eso sí, nosotros fuimos al atardecer, cuando ya no había tanta gente, ya que apenas hay sitio para colocar 10 o 12 toallas, es una playa minúscula pero preciosa.
Lo que más nos atrae de este rincón único del Mediterráneo es la sensación de libertad que uno experimenta ya cuando baja del ferry en el puerto de La Savina. El equipaje suele ser ligero porque no se necesita mucho más que un par de pareos, bañador y ropa muy cómoda. Incluso viajando con un bebé, no nos supuso ningún sobreesfuerzo preparar la maleta. Y eso que el trayecto es un poco pesado porque para llegar a Formentera hay que pasar obligatoriamente por Ibiza. Nosotros volamos desde Barcelona, luego cogimos un taxi hasta el puerto (nos costó unos 17 euros con las maletas incluidas) y por último, el Ferry hasta Formentera que, si es el rápido, en media hora te plantas en la isla.
Para Gala no era la primera vez que volaba. El año pasado, cuando tenía unos 9 meses, viajamos al Cabo de Gata, pero en esta ocasión se enteró más del viaje en avión, algo que le sorprendió y también le gustó. Aunque acabamos de regresar, ya estamos dándole vueltas a la próxima escapada.
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