Entrar en bicicleta a las grandes urbes de Brasil o del mundo en general, la mayoría de veces es un tormento. Si no queda más remedio entro, pero si tengo opción de visitarlas desde la periferia con un bus y luego seguir el viaje saltándomelas por rutas alternativas en las afueras lo hago.
Salvador de Bahía era la gran ciudad a “evitar” y el punto donde quería cambiar mi rumbo y entorno buscando el interior a la caza de la famosa Chapada Diamantina.
Encontré un couchsurfing que me hospedó en barra de Pojuca, pero no en la misma barra sino cuatro kilómetros al interior por una ruta de arena intransitable. Era una fazenda en la que Jhony y su padre vivían alejados de todo en mitad de la calma y frente a una tranquila laguna.
Un caballo, perros, agua de coco, pesca, baños, guitarras y paz. Casi se me borran por completo las ganas de visitar la ciudad. Ya os he contado más de una vez mi cada vez mayor alergia al asfalto.
Pero una mañana, tras el baño de rigor al amanecer en la lagoa, me lanzo en bus de visita a Salvador, donde paso unos días en casa de otro couchsurfer.
La primera jornada toca hacer de turista clásico y visitar el famoso barrio de Pelourinho, centro histórico por excelencia de Salvador.
Tras subir por el conocido ascensor que te lleva desde el Mercado Modelo hasta la zona alta, las casas de colores, las iglesias, el estilo colonial, las calles empedradas y olores de recetas locales, te conducen por un laberinto de postales y fotos que capturar.
Me gusta, pero al rato empiezo a ver los hilos que mueven a los títeres que encandilan turistas. Capoeiras para la foto a cambio de monedas, disfraces de mujer bahianas, brujos de rua con iphone…
Vengo de pedalear cada kilómetro del país y he visto la capoeira “salvaje”, las bahianas de verdad y los espectáculos precocinados para el turista me chirrían rápidamente.
Me han hablado muy bien del paseo marítimo y me lanzo sin dudarlo a despedirme del mar por una buena temporada antes de girar al interior.
Tras el largo paseo por los barrios más populares y comer algún plato típico bahiano de alta influencia africana, con moqueca o acarejes, desemboco en la playa de Porto da Barra donde me sorprenden aguas cristalinas y aparentemente saludables, cosa poco común en las grandes babilonias.
Ando todo el paseo marítimo arriba y abajo repartiendo algún que otro baño en las playas como la del Farol da Barra, enamorándome de esta cara más fresca de la gran ciudad. Por la tarde regreso hasta el gran faro que hace de museo náutico. Allí disfruto de un atardecer de película junto a muchos locales y turistas que se acercan a contemplar el espectáculo del astro rey desde una vista privilegiada.
Por suerte el primer día fue de color y brisas de mar ya que los siguientes entre la lluvia que hacía descartar las playas, el transito caótico del centro, la tensión de los barrios peligrosos e incluso ver como unos operarios colocaban césped falso… me convencieron para regresar rápidamente a la lagoa con mis amigos couchsurfers y el verde de verdad.
Lo único que molesta allí son los mosquitos, que al cabo de unos días de eterna despedida los uso de excusa para cargar a Ona y pedalear por fin rumbo al interior, en busca de montañas, valles y cascadas.
En ese trayecto, un nuevo amigo de la red Warmshowers me rapta una semana en Feira de Santana a base de asados, guitarras e historias de viajes y música.
En el próximo capitulo os muestro alguna foto de ese oasis y mi llegada por fin a la famosa y espectacular Chapada diamantina, donde viví sin fin de aventuras en un entorno incomparable.
Nos vemos… 😉