Hay fotógrafos que cuando llega la noche guardan la cámara. A mí, al contrario, me gusta sacarla. Hay viajeros que huyen de la oscuridad. A mí, al contrario, me cautiva.
Me gusta la noche en las ciudades, cuando las nubes se cambian por neones y los animales tienen ruedas. Cuando el sol se oculta aparecen los espíritus, el alma de las personas, su estela, y con una cámara de fotos es más fácil pillarla y poseerla.
Hacía muy buena temperatura, unos 20 grados, el sábado que pasé en Santander. Salí de pinchos, solo y con mi Lumix GF6 para disfrutar de la noche santanderina y cazar algunas instantáneas que merecieran la pena. Lo primero, lo de los pinchos, me salió redondo en un lugar donde saben cuidar la tradición de las buenas tapas. Lo segundo, las fotografías, vosotros juzgaréis.
Cuando llego a una ciudad desconocida y decido salir de noche con la cámara me dejo llevar por el calor de las luces y las texturas que producen en las calles. No hay escena en la que no se mezclen varias luces, lo que indudablemente produce una sensación en el viajero, una emoción, una lectura. Cuando se hace de noche, la ciudad es distinta y surgen elementos que durante el día pasan desapercibidos, vemos las cosas de otra manera y las podemos interpretar también de forma distinta.
Al contrario de los “buenos fotógrafos”, no recomiendo llevar trípode. Ir cargado con él y tomar cervezas suele ser incompatible, al menos para mí. Yo en mis imágenes no busco la nitidez absoluta sino las sensaciones. Si quiero una foto con nitidez y sin trepidaciones intento buscarme un lugar donde apoyar la cámara para que no tiemble o agarrarla fuerte mientras junto los codos contra el cuerpo y aguanto la respiración. Ni que decir tiene que tampoco pienso en el ISO y el grano que pudiera producir a altas cotas. Creo que la noche nunca es clara, siempre es oscura, sucia, llena de impurezas, de recuerdos borrados, de nostalgias impagables. Y, en ese sentido busco una fotografía que intente mostrarla tal como yo la siento, que sea un reflejo de mi percepción nocturna.
Para eso es fundamental llevar una cámara pequeña, que pase desapercibida. Una microcuatro tercios como la Lumix GF6 es ideal para salir de paseo nocturno y que no se note que estamos haciendo fotos. Ir con cámaras superiores nos hará dar el cante, sobre todo si presumimos de falo fotográfico con objetivos que superan los 100 de distancia focal. Esto robará naturalidad a las imágenes. Sin embargo con una cámara pequeña pero de grandes prestaciones nadie te hará ni caso porque creerán que eres un turista más. Luego se verán en este blog, por ejemplo, y fliparán.
Tampoco utilizo flash en la fotografía nocturna de calle. Sólo en situaciones muy muy especiales en las que quiero congelar el movimiento de alguien en un escena de mucho movimiento o plasmar algunas estelas en una escena. De primeras, reniego porque un flashazo en mitad de la oscuridad romperá con la ambientación que crea la noche y de la que forma parte muchísimos elementos tangibles y otros tantos imaginarios.
Aquella noche estuve en la zona de Cañedio, un barrio lleno de bares para tapear y pubs repletos de buena música. Entre los locales que recuerdo están Bodegas Mazón y el Río de la Pila para tapear, y Black Bird y el Garage Sónico para tomar algo escuchando buena música. Para terminar, si hace buena temperatura nadie desprecia un paseo por el puerto, respirando agua salada y viendo el reflejo de la noche en el mar, aún más intrigante y emocionante si cabe.
*Fotos realizadas con la Lumix DMC-GF6