La travesía del Atlántico se termina: Sao Luis y La Alcántara con Albert Sans

Poniendo punto y final a la soñada travesía del Atlántico, desembarcado en Sao Luis de Maranhao, pero antes de lanzarme a pedalear de nuevo, viene a visitarme una amiga con la que viajaremos de mochila por el estado durante unas semanas.

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Hay mucho que ver según dicen, pero la ciudad de Sao Luis y su millón de habitantes, nos decepciona un poco. Tiene un centro histórico que podría convertirse en el Paraty del nordeste pero tristemente pese a ubicarse en el mismo corazón de la ciudad, está abandonado, sucio y apenas se sostiene. Además es una zona peligrosa por la que pasear lo cual nos hace desistir y a los dos días, damos el salto a el pueblecito de Alcántara al otro lado de la bahía.

Cruzamos con un pequeño catamarán dejando a la estribor las peligrosas favelas. Intentamos olvidarlas y nos concentramos en las bonitas barcas de pescadores que serpentean con sus coloridas velas este pedazo gigante de mar que muerde estas tierras.

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La Alcántara

Llegando a Alcántara el salto de un joven delfín ya nos promete distintas vistas y experiencia a las de la gran ciudad. En el muelle de madera nos espera un amarre mientras los niños saltan al agua despidiendo a las tranquilas barquitas que salen a pescar.

Desde el mar ya apreciábamos que pueblo es bonito y esta rodeado de verde y la primera cuesta a al que nos enfrentamos es empedrada prometiendo historias a cada paso.

La Alcántara que se puede pasear hoy en día es un pueblo humilde que rodea la columna vertebral de ruinas de su época colonial y cicatrices de la decadencia que sufrió en el siglo XIX. Los lugareños tranquilos arañan lo que pueden al turismo en sus rutas principales y hacen su vida ajena a todos en las cercanas afueras y un par de calles en la parte superior.

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Fotogénicas iglesias, miradores, rincones y lugareños de dos y cuatro patas, nos van entreteniendo el paseo bajo los cambios repentinos entre nubes de lluvia y sol de justicia, típicos de la región en esta época.

En una gran plaza central la asilada iglesia de San Matías llama la atención a gritos. Su historia también, ya que fue partida por la mitad a causa de un rayo, y por el mal presagio que esto supuso, así se quedó. El tiempo parece haberse congelado en algunas de sus calles mejor conservadas y coloridas, por suerte no sucedió igual con la época de esclavitud que albergó.

Nos despedimos paseando calle abajo devorando frutas para recargar energía y volvemos a Sao Luis para reconciliarnos gracias al trato de amigos de couchsurfing y paseos por la costanera. El siguiente plan es lanzarnos en tren al interior de Maranhao donde queremos contemplar algunas chapadas (sierras) y cascadas que se esconden entre el laberinto verde de la frontera amazónica.

En tren al interior de Maranhao

En el largo viaje de tren nos entretenemos haciendo fotos y embobándonos con la selva amazónica a la vez que comprando algunos dulces y tentempiés que nos ofrecen a pie de ventana lugareños que aparecen en mitad de la selva cargado coloridas bandejas cada vez que el tren hace una pausa.

Cerca de nuestro viaje a Carolina y guiados por un amigo local nos encaramamos a una loma para poder disfrutar de una vista de pájaro impresionante. Las sierras de silueta monolítica quedan enmarcadas por enormes agujeros que el tiempo ha soplado. Hasta un árbol parece haberse encaramado para contemplar la estampa.

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La cámara se dispara sola, esta ansiosa por recordar estos momentos ya que no ha podido hacer lo mismo con las impresionantes cascadas como la de Pedra Caída que al estar escondidas entre grietas mojaban todo lo que se acercaba a ellas a 200 metros.

De vuelta, miramos por la ventana del tren de nuevo intentando memorizar y respirar todo ese ambiente amazónico y virgen que quizás no volvamos a ver en muchos años.

De ahí nos dirigimos al sur, a los Lençois que también pertenecen a Maranhao y que ya os mostré en una entrada anterior. El lejano estado de Maranhao es gigante y esconde mucha naturaleza y paisajes de ensueño, os recomiendo perderos por el una vez en la vida.

Nos leemos en el próximo paseo por las costas del nordeste, ya cabalgando con Ona.

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